Allá en la Solana. La vida cotidiana

En la fotografía que presentamos, los niños pierden protagonismo en favor del frontal de fondo, constituido por una mansión en dos de sus fachadas, una tapia que esconde un pequeño jardín, a los pies de la zona de las galerías de aquella, y la portada que, en los años de la toma entre 1950 y 1954, daba acceso a una corrala. Este espacio continuaba con una zona ajardinada dedicada a cenador. Todos estos elementos se ubicaban en la calle Arca Real y marcaban el término del espacio habitado en Delicias. Detrás, en el margen de los pares en la cañada (zona de transito), la solana (zona del poniente), la pradera (zona de graveras), la explanada (zona militar desde la Dictadura de Primo de Rivera). El tercer lateral del edificio ocupaba la escuadra de Tranque con Arca Real. La fachada más soleada presentada en la fotografía constituye hoy en día una muestra de la extensión de aquel complejo y sus ventanas tapiadas señalan un lugar de pesebres que los niños de entonces conocimos a cielo abierto.

Todas y cada unas de estas zonas perduran en el tiempo y en el espacio: todo el frontal de Arca Real comprendido entre Tranque y Artillería lo ocupan hoy en día dos viviendas construidas en diferentes épocas y localizables respectivamente con los números 34 y 36. Los bajos están ocupados en la actualidad por un empresa de toldos, y la esquina Arca Real y Artillería la ha ocupado una empresa de limpiezas (hoy se anuncia su alquiler), y en los años 70 y 80 lo ocupó un taller de linotipia, único en Castilla-León. También el piso superior de la casa que presentamos en la fotografía se dedicó por algún tiempo a la elaboración de productos químicos y el taller de la calle Artillería figuró como carpintería metálica en las décadas comprendidas entre los años 50 y 90. En uno de los locales se abrió en los años 70 lo que constituyera la primera librería de la zona con oferta bibliográfica prestigiosa.

La revisión anterior pretende presentar este complejo urbano en Arca Real como un ejemplo de zona de transformación urbana continuada hasta el día de la fecha, dentro del tratamiento que estamos dando a este trabajo como característica del barrio, casa-lugar de trabajo, que en fechas muy remotas se instaló en Delicias, y hoy varias generaciones siguen conservando con un patrimonio renovado y abierto a innovaciones sucesivas.

En cuanto a las viviendas, algunos se fijan en las ventanas hexagonales, huecos que solo aparecen en uno de los extremos del edificio, rompiendo la simetría que este presentara en el proyecto. Sin lugar a dudas, esa posible modificación posterior constituye una característica singular del edificio que llama la curiosidad del observador. Tanto la ventana introducida, así como la galería a que dio origen, hacen que estas viviendas fuesen muy soleadas en las horas de la tarde. No así las viviendas de la otra mano, que, al estar situadas hacia el norte, no disfrutaban de dichas ventajas.

Salvando esta situación, el edificio guardaba total simetría con relación a la zona de entrada y se traducía en la situación de los diferentes huecos que se contemplaban en la fachada que da a Arca Real. Los puntos extremos lo ocupaban ventanales más amplios y con relieve de ladrillos como elementos diferenciadores; los restantes huecos lo formaban pares de ventanas a cada uno de los lados y que destacaban por la proximidad entre ambas, así como por el distanciamiento con relación a las ventanas extremas. Todos los huecos estaban alineados bajo el criterio de una doble simetría.

Por otra parte, era evidente la no continuidad de la tradición en la construcción de los inmueble de la zona, pues en esta el ladrillo pierde preponderancia y se limita a un alto dosel ladrillado que ocupa la parte de la fachada correspondiente al hueco de la puerta en su parte superior y que se prolongaba más allá del primer piso. También la presencia de este material se hacia notar en los diedros de las ventanas, que adquirían una forma de chapeado. En todos los casos se observaba la pérdida de la presencia de ese material en favor del enfoscado.

Los huecos de las ventanas se cerraban con un marco de madera, dividiendo longitudinalmente la ventana, a través de un travesaño fijo donde encajaban las respectivas hojas. De esta manera no era necesario abrir el hueco completo, porque funcionaban independientemente en su apertura y cierre. Esta novedad constituía otra nota más diferenciadora de este edificio con respecto a la mayoría existente en el barrio y marcaba una época nueva.

Desaparecen el canalón y su bajante, y la fachada se cerraba con un remate que la recorre y se levanta al ribetear la zona correspondiente a la puerta y al dosel de ladrillo como intentando siempre resaltar este paño.

La puerta de entrada tenía cierto empaque que la distinguía. Era de madera maciza y presentaba variedad de paños, según la altura, herrada con un singular agarrador de hierro fundido y lleno de originalidad. El marco superior estaba provisto de cristales que constituían puntos de luz al rellano de la entreplanta. Se esmeraron en el solado y salvaron la sobriedad de la “baldosa roja” en todas las habitaciones por mosaico de cemento dotados de diversidad en formas y colores, consiguiendo así mayor vistosidad y facilidad de limpieza. Cada estancia tenía un suelo distinto y siempre festoneado en su contorno para destacar el fondo del suelo.

En el portal resaltaban dos escalones que daban al distribuidor de viviendas de la planta baja, y entre ambas una pared con salida al patio de luces. Su apertura de la puerta daba explicación de los escalones de la entrada: resultaba un éxito salvar la estancia. Pero era requisito necesario porque el nivel del patio coincidía con el nivel de la calle y ese no estaba al alcance de los más pequeños. La medida del proyecto era adecuada en un terreno, como el de las Delicias de aluvión, propicio para filtraciones y presencia de humedades. Pero para nosotros (niños de la segunda infancia) y acostumbrados a portales a nivel de la calle, aquel obstáculo era un misterio incomprensible.

El patio de luces solo podía aprovechar la energía solar por la parte superior, a tenor de la forma de la estructura arquitectónica. Amplias galerías acristaladas en la cocina y servicio colocadas simétricamente recibían tenuemente la luz y las cristaleras orientadas a poniente constituían una alternativa para asegurar la luminosidad. También encontraba está en las horas de la mañana con el sol de oriente que nos despertaba con las horas de reloj de la iglesia, porque la altura de esta edificación descollaba sobre la barriada de “molineras” y calles paralelas a Arca Real hacia que “la casa de la esquina” se llenara de luz por su parte del este en las horas de la mañana. Todo un gozo.

Salvado el rellano del piso bajo, empezaba la escalinata de fábrica y limitada a su derecha por una barandilla con barrotes de hierro y sencilla en las formas, anunciando la retirada paulatina de este material y también el gusto por el detalle en la rejería y forja. El pasamano de la barandilla lo constituía una platina del mismo material que también ponía fin a la utilización de la madera barnizada de este elemento presente siempre y utilizado en estructuras coetáneas. Así la escalera perdía majestuosidad, facilitaba la limpieza y despejaba el espacio.

La preocupación por la luminosidad era una constante de aquel edificio y ya indicamos más arriba que el rellano intermedio no estaba totalmente ajustado a la pared frontal, porque era preciso aprovechar la luz que entraba por el montante de la puerta. Así, quedaba una franja de espacio vacío que si nunca ofreció peligrosidad, si daba respeto cuando no estaba acostumbrado el usuario a su travesía. El último tramo estaba presidido por la ventana abierta al patio de luces. Los marcos de cada hoja, perfectamente acristalados aseguraban el aprovechamiento de la energía solar.

Una tapia mediaba entre los huecos hexagonales del edificio mansión y el portón que apreciamos en la fotografía. Este paredón a media altura escondía una zona ajardinada a los pies de las galerías y que se dejaba ver salvando el portón. Constituía este recinto una privacidad separada del resto de un amplio espacio por una alambrada levantada sobre un tapial de mediana altura. El portón había sido la entrada a un espacio donde estaba ubicada en su día una antigua vaquería, y en los años de nuestra infancia (40-50) allí tenían su residencia familias en edificaciones adaptadas a viviendas. En medio quedaba un gran solar que presentaba en descampado antiguas pesebreras fuera de funcionamiento.

En los años 50 frecuentábamos la parcela que la familia tuvo a bien dedicar a cenador y que a bien seguro estaba abierta desde décadas anteriores. Altas higueras y otros árboles aseguraban las sombras en las horas de mediodía y el frescor se hacía sentir después del atardecer; macizos de flores nos saludaban a la entrada; el grifo y “la pila” para el riego también servían para aplacar nuestra sed, y detrás una alambrada separaba unas cuantas gallinas que revoloteaban alrededor de quién les esparcía la comida. En el lateral opuesto de este recinto, se localizaba un habitáculo que guardaba herramientas, servía de trastero, allí encerraban la bicicleta… todo en perfecto orden.

También nos llamaba la atención la instalación eléctrica al aire libre que alumbraba las tertulias entre taburetes, bancos, banquillos y hamaca. Esta última era un asiento regulable a distintas alturas, asegurando la comodidad en la postura. El mueble constaba de dos bastidores, uno encajaba en el otro y era fácil el despliegue del mueble, la recogida y el transporte. El otro bastidor tenía un marco con muescas escalonadas donde encajaban ambos. El bastidor regulable sujetaba una lona que al sentarse, apoyarse y tumbarse se adaptaba a la postura más conveniente del usuario.

Conviene saber:

-La vecindad: A continuación, este relator de vivencias pretende presentar aspectos de la vida cotidiana que se desarrollaron entre la precariedad económica, la moralidad de sus gentes a través de la época comprendida entre 1949 y 1960, utilizando este edificio como mera referencia social de este periodo, y en ningún caso con exclusividad de los vecinos que en él fijaron su residencia en esos tiempos.
La infancia: La vecina abrió aquella puerta de la planta baja y apareció el patio de juego de todos aquellos que vivíamos la infancia. El silencio reinante dio paso al griterío de la chiquillería; el mundo egocéntrico del niño dio paso a un mundo entre iguales, donde tenía que capacitarse para compartir, asumir, aceptar, perder y ganar. El asueto constituyó el mejor marco de socialización, y entre gritos, llorantinas, disputas, todos fuimos determinando nuestro carácter y capacidad de liderazgo.
Aquel patio fue la escuela donde unos y otros aprendimos juegos, retahilas y costumbres; aumentamos el vocabulario, la comprensión oral, la destreza manual, la mejora en el equilibrio… todo un mundo difícil de lograr en el espacio cerrado de la morada que aparecía al cerrar la puerta de aquel espacio de juego para acceder a “nuestra casa”, “nuestra vivienda”, “nuestro mundo”, donde cada cual en su ego se afirmaba su “posición central” y rechazaba a los demás en un mundo que creía que giraba a su alrededor.

-La escolarización de los hijos: Aquellas familias tenían muy asumido que la formación a través del “mundo de la escuela” constituía una necesidad propia de la infancia… por otra parte, la situación político-económica determinaba la opción que habían de tomar en el proceso de aprendizaje, y la oferta dividía lo que la vecindad unía: la infancia.

Dentro de un complejo y arbitrario sistema de educación, presidía la escolaridad de la población infantil un doble modelo entre el cual la familia tomaba opción desde un principio: escuela nacional & colegios privados. Ambos ofrecían enseñanza primaria reconocida. Los centros públicos atendían alumnos en primaria hasta los doce años, tras lo cual tenían la posibilidad de continuar su formación accediendo a estudios de formación profesional de carácter no obligatorio, tras un examen de ingreso de carácter selectivo cuya exigencia única era tener la edad mínima. Hasta los años 50 ese proceso se organizaba en el barrio en la Escuela de Aprendices de la RENFE, y a partir de esa fecha en la Escuela de Formación Profesional “Onésimo Redondo”.

Otros compañeros de pupitre habían optado por el bachillerato a partir de los diez años, y eran también convocados a un examen de ingreso selectivo, suponiendo una ruptura completa con la historia escolar de educación primaria.
Sin embargo, la privada ofertaba tras la primaria enseñanzas de bachillerato en el mismo centro a partir de los diez años.

En aquellos años, se estableció el Colegio Ave María, una institución que respondía al modelo de enseñanza impartida por un patronato y que en un principio se destinó a hijos de ferroviarios y solo admitía a niños, que no a niñas. Al mismo tiempo, se implantaron las Hermanitas de la Cruz, que ofrecieron enseñanza primaria para niñas. Estas instituciones ahondaron el carácter segregacionista y selectivo que desde el sistema educativo se propició, y en este caso de manera gratuita.
Al albor de esta situación de exclusión, y ante la falta de puestos escolares, aparecieron establecimientos privados, regentados por seglares, y pocos de ellos reconocidos. Pero a la falta de puestos escolares respondieron familias que pretendían el acceso al bachillerato de sus hijos, y el examen de ingreso exigía preparación específica y distinta a la enseñanza primaria. Estos centros no reconocidos gozaron de buenísima reputación, con excelentes resultados, y constituyeron una reminiscencia de la Ley Moyano, que ya tenía representación en Delicias en la modalidad de “escuela privada”. Toda esta situación no tuvo la nota del pluralismo y diversidad en la igualdad, sino que pretendió el distanciamiento de las clases sociales menos favorecidas.

El carácter selectivo de la formación hizo posible que este abanico se abriera a otros sectores de enseñanza: las academias preparatorias del examen de ingreso a cualquier nivel distinto de la enseñanza primaria, solo obligatoria hasta los doce años. La necesidad de atención a la población estudiantil demandaba servicios de enseñanza académica que apoyaran las dificultades de cada cual en materias concretas como la delineación, las matemáticas, el latín, la lengua francesa…
Sin duda, fue un movimiento fomentado por el afán de superación de las familias a través de procesos formativos de los hijos, que influyó en la “sociedad vecinal” porque reinaba un ámbito sociocultural basado en la comprensión de la cultura como medio de capacitación y eficacia, que garantizaba la mejora de la ciudadanía… Todos celebraban el éxito y todos acompañaban al fracasado en su tristeza. Así la escolaridad no resultó indiferente a nadie. La preocupación de fondo era evitar la ociosidad y que los educandos fuesen personas “de provecho”. Corrían los años 50.

-La mejora de la calidad de vida. Se eludía a toda costa la precariedad. Se consideró el ahorro como el mejor aliado para combatirla, nunca se pretendió en este estilo de vida el afán de enriquecimiento. Por otra parte, la capacitación profesional de “cabeza de familia”, la formación d ella pareja en la austeridad, y sobre todo en la administración de recursos, la pririorización de necesidades, explican el afán de todos por el autoabastecimiento en los servicios. Mas su pericia, actitudes cifradas en el binomio conocimiento-habilidad, crearon la persona capaz de arreglar, arremeter, prever, resolver problemas de la vida cotidiana que siempre surgen en el hogar. Esa capacidad resolutoria trascendía a los vecinos. Unos a otros se prestaban ayuda porque conocían la posibilidades de cada profesional, ninguno tenía reparo en solicitar ayuda, y todos estaban dispuestos a cualquiera.

Por otra parte, la casa-taller fue siempre una modalidad de subsistencia en este barrio. Todo ello explica que en muchos casos el vecino destinara una estancia a la instalación de su taller y abriera la oferta de sus servicios a una posible clientela, no con miras lucrativas y sí con predominio de contribuir y completar el sustento familiar. Así los más pequeños conocimos la herrería, donde el empleado de la S.C.O. dedicaba ratos libres a la construcción de soportes de bicicletas que le encargaban sus vecinos, valiéndose de la amistad y confianza que a todos les inspiraba aquel soldador. Diseños, ensambles y uniones correspondían al profesional; el corte y enderezamiento previos estaban confiados al hijo que asomaba ya a la adolescencia. El ama de casa remataba los encargos con la pintura. En ningún caso se trataba de una “cadena de producción”, sino de un acto de colaboración, ayuda e integración personal que a todos ayudaba a “crecer” en un mundo de valores cultivados en el hogar.
Tampoco el joven ferroviario tuvo otra intención distinta a ampliar sus conocimientos como necesidad sentida. El estudio, la lectura, el conocimiento, constituían los pilares de su vida, que le llevaron a iniciarse en el montaje y reparación de receptores de ondas propagadas por el aire a distancia; era la radiodifusión. Y así en el cuarto de estar dispuso el espacio para practicar y desarrollar estas técnicas. Allí, en la amplia mesa de trabajo, aparecía un mundo de lámparas, condensadores, bobinas, voltímetros, antenas, osciladores, soldadores eléctricos, esquemas y planos. Todo anunciaba novedad tecnológica, que la mayoría de los vecinos presenciaba con sorpresa cuando a él acudían para reparar la radio o solicitar el montaje de un nuevo receptor.

-Trabajo en casa – Trabajo de la casa. En este binomio se planteaba la dedicación de aquellas que finalizaban la escolaridad primaria. En la mayoría de los casos, el sistema la reconocía ese aprovechamiento escolar con el Certificaba de Estudios Primarios. Por otra parte, a nadie se le consentía la ociosidad. La «ocupación» diaria era el antídoto para controlar, el callejeo había que evitarlo. El futuro hombre de provecho tenía su versión en «la mujer de su casa». Las Enseñanzas de Hogar estaban dentro de la programación escolar, de esta manera (y con carácter obligatorio) el sistema vigente se presentaba decididamente a la sociedad como elemento de discriminación sexual en la formación del educando con el agravante de la buena acogida por parte de la sociedad y sobre todo de la familia, que estimaba estas enseñanzas como útil para el futuro inmediato dela alumna-hija, preparatoria de la «mujer de su casa» del futuro, y tales dimensiones de la orientación de «la educación de la mujer de provecho» incidía con el régimen imperante (el nacionalcatolicismo), enmarcado en el modelo de ciudadanía pretendida.

Este planteamiento a doble escala institucionalizada (familia-estado) propició el «trabajo en casa» para que las «féminas» encontrasen ocupación y nadie se preocupara por un puesto de trabajo para ellas. Tampoco figurarían como trabajadoras por su cuenta. Pero ni siquiera como persona en paro, y no se contemplaba su búsqueda de empleo. En esta situación, era la familia quien encontraba una situación ocupacional que alejaba a la persona de 13 o 14 años de la ociosidad, «mal de todos los vicios».
Así, el pequeño comerciante presentaba a su futura sucesora en el negocio; en la oficina del taller, aparecía la niña de ayer como la «mocita» que ordenaba el archivo. Se presentaba ella misma o aparecía por primera vez en nuestro domicilio la mozuela del profesional en busca del importe mensual de «la iguala», cuyo recibo también presentaba cambios en la caligrafía.

Distinto era el caso en la casa del empleado. Se presentaban opciones diferentes a las anteriores, y también más inciertas. La muestra era variopinta, y la dedicación era siempre la misma, la costura.

Había madres que, en la guerra, practicaron la confección de capotes para el frente, conocían los procedimientos de la oferta y demanda de sus trabajos, estaban reconocidas por dueños, cortadores, encargados, y recurrir a ellos era la manera de cubrir su objetivo: labor, para iniciar a la hija en el mundo de la confección. Ello tenía su coste: la maquina de coser tenía que ocupar el lugar idóneo, el equipamiento de costurera tenía que renovarse o reponerse; la instalación eléctrica requería refuerzo y, sobre todo, la organización de la vida cotidiana en la vivienda. Eran los inicios del trabajo en casa (no la casa lugar de trabajo) que la familia adoptaba sin reservas, porque respondía a su objetivo: evitar la ociosidad de la hija. Este plan, a la larga, sería una pesada carga desde el inicio, porque lo tenía que compaginar con el trabajo de la casa. Y esto no era fácil…
Las «entregas» tenían límite temporal, las manos eran hábiles, pero pocas para el volumen de los pedidos, y la vida familiar tenía sus exigencias ineludibles. En esta situación, la aguja llevaba a la renuncia de placeres que la vida ofrecía a las otras, era difícil cultivar la amistad, y muy fácil perder las relaciones humanas que en la adolescencia y primera juventud tan necesarias son. Así pues, el «trabajo en casa» era un lastre para aquella joven tan falta de tiempo para ella.

Un planteamiento alternativo a esta situación era la «casa-taller» de costura, a cargo de una maestra. La familia solicitaba ocupación para la aprendiza, para la adolescente dispuesta a abrazar esta profesión. Allí aportaba a partir de lo que ella aprendía de la escuela y la familia. A lo largo de los años, la maestra las ocupaba en labores que exigían más destreza o habilidad, según la confianza que en ellas tenía depositada. Bajo este planteamiento, las jóvenes permanecían años. Así, se lograba profesionalidad, grados de confianza, fidelidad, reconocimiento, amistad, alrededor de la maestra, de tal modo que era raro presentar la probabilidad de establecerse por su cuenta. Así, la maestra se valía de la pericia de estas jóvenes, que garantizaban clientela y prestigio.
Y todo esto carecía de una relación laboral oficial o reconocida.

En los años cincuenta, las academias de corte y confección proliferaron en la ciudad, y garantizaban la profesionalidad de las tutorandas, se subrayaba «Se conceden títulos».
Estas dos últimas opciones (casa-taller y academia) aseguraban la superación de la primera (el trabajo en casa) porque suponían, entre otras mejoras, la actividad dentro de un horario.

En los años cincuenta, se instalan en el barrio la empresa «Textil Castilla» y la factoría «FADA». Estas crearon puestos de trabajo. Hombres y mujeres trabajaron juntos, realizaban el mismo trabajo. Mucha juventud encontró su primer puesto de trabajo después de años de deambular. Allí cobraron su primera paga, pertenecieron a la Seguridad Social, ¡eran fijos! La situación de la mujer trabajadora de estos lugares había llegado a Valladolid, dejaban de ser noticia las entidades fabriles de otros lugares, y se hacían una realidad. Pero las familias acompañaban a las operarias hasta la puerta de la fábrica cuando tenían que cambiar el turno de noche…

En todas las situaciones, el trabajo de la casa esperaba el asueto de la mujer incorporaba al mundo laboral. Abrían ventanas, puertas y balcones los días festivos, y nos obsequiaban a los vecinos con cantares y tarareos que ellas interpretaban desde siempre (se cantaba mucho) y que eran la delicia de las Delicias.
El largo proceso de aumento y mejora de la emancipación de la mujer se perdía en el momento del casamiento. Su nueva situación hacía que no volviese al lugar del trabajo, lo que todos asumíamos como algo innecesario. El sistema de gratificación de «puntos» que recibía el marido en concepto de subsidio por carga familiar apoyaba la pérdida de los derechos de ella. La mujer obrera que se casaba, al perder su puesto de trabajo era idemnizada con una cantidad monetaria en relación a los años de servicio.
Por otra parte, y no menos importante, la situación de casada impedía su participación en las jornadas de elecciones de aquel sistema político que solo permitía la participación del cabeza de familia para el «tercio familiar». Esta situación de desigualdad era prolongaba en operaciones bancarias e hipotecarias, en las que la mujer casada dependía del marido, quien tenía que otorgarle permiso para el levantamiento de escritura.

Eran pérdidas de la ciudadanía que había disfrutado la mujer en el periodo laboral, lo cual suponía un retroceso en la conquista de sus derechos. Evidenciaban la intencionalidad del sistema sobre el papel que le reservaba a la mujer: el «trabajo de la casa», aliándose con una actitud paternalista de tolerancia hacia su posible «trabajo en casa» (que, lejos de ser reconocido, era penalizado por la normativa con la retirada del subsidio familiar, aunque en la práctica existía mucha permisividad).
No obstante, por aquellos años aparecieron nuevas dedicaciones factibles al autoempleo, y alejada de la pérdida del subsidio del cabeza de familia. La máquina de tricotar y el artefacto que reparaba «medias de cristal» fomentaron estas dedicaciones en las jóvenes, que encontraron en ellas un medio de realización personal y de disponer de alguna libertad en su economía. En general, la familia estaba detrás, en cuanto al desembolso inicial, y posiblemente los ingresos de las interesadas fueron suficientes para pagar las letras mensuales. Algo se movía en la situación anclada en la tradición que constituía la base ideológica del Régimen en materia de derechos de la ciudadanía y, a este respecto, el mundo de la mujer encontraba salida para este colectivo que permanecía en la sombra de su labor, dando repuesta a las demandas de sus vecinos y contribuyendo a la despensa económica de su familia, tanto con el dinero (trabajo en casa), como con la administración de recursos y organización de la vida familiar (trabajo de casa).

En el edificio que presentamos en la foto, la casa de la esquina, la última del barrio por entonces, la casa nueva, fuimos los vecinos testigos de un cambio: la primera niña del edificio que accedía a los estudios de bachillerato en el único instituto público de Valladolid dedicado a la segunda enseñanza para alumnas. De allí habíamos salido en otras épocas sus tíos, pero no su tía, y el único varón de una muestra de seis escolares, para hacer esos estudios. La relación se había repetido a lo largo de decenios en muchos portales vecinales. En un ejercicio de memoria, constatamos distintos raseros de las familias para los hijos y para sus hermanas. Así había sucedido en este edificio años atrás, y así seguía sucediendo con los vecinos coetáneos. El tío químico, el tío con estudios de perito, y la tía en el trabajo de la casa tuvieron que esperar tiempo para que el hermano mayor, en su momento, fuese capaz de cambiar la tendencia que aún predominaba, permitiendo a la niña continuar sus estudios en el instituto.
Por aquel entonces, la ciudadanía del barrio se percató de que las calles de las Delicias, en las primeras horas de la mañana al mediodía y al anochecer, se poblaban de estudiantes salidos por todos los rincones. La sociedad estaba reclamando no solo la ampliación de plazas en los estudios para adolescentes, sino paridad que suplantara la desigualdad social en la clase proletaria.

Este aumento del estudiantado y la falta de puestos de segunda enseñanza en el barrio, así como el abandono de lo público, auspició la iniciativa privada, que propulsó la iglesia católica, y en 1966 tuvieron a bien crear en Delicias una sección filial del instituto segregada por sexos. La vecindad respondió bien a esta iniciativa, que nuestra valoración encuentra en mi vecina el hilo conductor que a todos nos concitó y muchos interpretamos como un jalón en la mejora de la situación de la mujer. Fue el inicio de una empresa ilusionante que no hemos finalizado.
Era la época de la Guerra Fría, los tiempos felices de la era Kennedy, los cambios de Juan XXIII.