El quiosco: mediador de la cultura del vecindario

El quiosco estaba situado en la esquina Arca real-Canarias, delante y aislado de la línea de edificios, y destacamos su emplazamiento como singularidad de la calle (en la parte inferior izquierda de la fotografía, apenas se ve un poco). Fue posible porque la parte peatonal de la primera vía constaba de acera y arcén, y este se aprovechó para la instalación del puesto de venta de periódicos sin impedir el paso de peatones y a la vez dejaba espacio suficiente al usuario (obsérvese en la parte limítrofe con la acera y la curva que hace en la confluencia de las dos calles).

El puesto no fue el primero del barrio, pero sí el último en desaparecer de aquellos que responden al modelo municipal de los años 50 y 60. La imagen que de él aparece en la foto recuerda la estructura primitiva protegida por un tejado de cuatro vertientes; aunque no se ve claramente en la foto, pasamos a describirlo porque representa el modelo típico de los quioscos de la época. El acristalamiento de cada uno de los laterales estaba enmarcado en sendos bastidores de madera con una ventanilla de venta. La estructura se encajaba en marcos laterales dispuestos con tal finalidad. La parte inferior de cada fachada presentaba paños de madera, y todas las partes se aprovechaban para exponer primeras páginas de prensa.

Conviene saber:

Este despacho de venta al público respondía al modelo que el Ayuntamiento diseñó en aquellos tiempos para la ciudad.

Estos intermediarios entre editores y el público nos ofrecían la prensa diaria, que estaba sujeta al control del gobierno de partido único.

En los años 50, 60 y mediados de los 70, Valladolid contaba con tres periódicos locales: uno de ellos era órgano del poder, “Libertad”, Prensa Nacional del Movimiento, tenía tirada vespertina. Había dos publicaciones de la mañana: «El Norte de Castilla», uno de los decanos de la prensa, fundado en 1854 y que se presentaba como el más extendido por Castilla; el «Diario Regional» era la otra publicación de la mañana de reciente fundación en aquella época.

La prensa de Madrid llegaba a la capital a partir del mediodía, y de toda ella solo se ponía a la venta aquí el ABC, el diario “YA” y el Marca, diario deportivo que nació con el nuevo régimen. Otras publicaciones diarias no estaban al alcance de la mayoría y su adquisición era posible más bien por encargo.

La prensa semanal se nos acercaba al quiosco del barrio: unas publicaban noticias y reportajes del mundo taurino, “Dígame” y “Ruedo”; otros constituían un noticiario semanal, “7 fechas”. También tenía esta periodicidad la publicación “La Codorniz”, que eligió de epígrafe “El periódico más audaz para el lector más inteligente”. A lo largo de estas décadas aparecieron por aquí revistas semanales que estaban especializadas a las notas de sociedad (“Ama”, “Hola”, “Semana”, “Diez Minutos”…) que ya se publicaban en los años que traemos a colación y son las únicas que persisten en la actualidad como publicaciones periódicas.

Era obligada para todos la lectura de los periódicos “La hoja de lunes” el primer día de la semana, que estaba editada por la Asociación de la Prensa, un organismo controlado también por el gobierno.

También en este establecimiento de madera y cristaleras tenían el servicio de venta y cambio de novelas, pequeños ejemplares de libros que trataban principalmente de la conquista del oeste, amorosos y de novela negra; todos tenían una gran acogida entre el público. La colección “Revista y cuentos” se dedicaba a publicaciones literarias de autores reconocidos en la literatura y universales. Todas estas publicaciones eran accesibles en el barrio, y en la ciudadanía había compradores para todos los gustos y estilos.

La radiofonía, controlada también por el organismo competente, no mermó el afán por la lectura que todos encontraban en el quiosco cercano. Los diarios hablados no restaban afición por esta lectura y la televisión era para unos pocos.

El público infantil también tuvo su espacio en el kiosco con las respectivas publicaciones. A este respecto, no sólo la escuela separaba lo que la familia llevaba a cabo en un sistema de coeducación, sino que la prensa creó publicaciones que propiciaban una educación artificiosa con los estereotipos de siempre: los cuentos de hadas y las novelas de hazañas o policiales, junto a colecciones de cromos sobre el deporte, frente a álbumes sobre personajes femeninos marcaban las diferencias entre géneros. Solo las revistas femeninas de tebeos servían de blindaje y vendaje de esta arbitrariedad maniática del régimen establecido. Esta forma de vida alrededor del quiosco se prolongaba todos los domingos en el “centro”. El séptimo día de la semana padres e hijos pasaban la mañana en Cantarranas para intercambiar, comprar o vender cromos de las colecciones del momento. Constituían una actividad de cultura popular basada en el trueque, motivada por la necesidad sentida de terminar de ilustrar con imágenes lo que nos explicaban en el “pie de foto” del espacio correspondiente. ¡Era todo un hito terminar el coleccionable! Siempre resultaba imposible encontrar aquellos que, a propósito, la editorial se reservaba siempre para ofrecerlos a mayor precio que el mercado.

Las apuestas de cartas, en corro de “chicos” sentados en las aceras, constituían otra modalidad de trafico de tebeos en las calles del barrio. Corrillos de chavales con sus tebeos ya leídos acudían a estas citas de juegos de cartas centradas más en la codicia o liderazgo que en el deseo de lectura.

Los personajes de estas publicaciones no eran inocuos, detrás de cada episodio había una crítica a la sociedad del momento de necesidades de supervivencia, estereotipos familiares y profesionales o sociales que no todos tenían la capacidad para atisbar, quedándose con la anécdota que nos llenaba de gozo, de ternura o de odio.

Mediados los 50 apareció una publicación juvenil que todos conocíamos bajo el apelativo “pulga”, lecturas que nos introdujeron en la narrativa literaria de todos los tiempos y fue nuestro primer encuentro con autores universales.