El rincón más nuevo de Arca Real y el primero en desaparecer

A partir de los años treinta, las huertas y praderas de este tramo más cercano al «centro» de la ciudad se transformaron en edificaciones de nueva planta, que coexisteron con las que ya hemos descrito. Nosotros conocimos en este lugar un grupo de viviendas promovidas y construidas por el Ministerio de la Vivienda de tiempos de la dictadura franquista. En ellos se empezaron a notar cambios en los edificios respecto a las casas con las que comenzamos este recorrido del Arca Real: edificios más nuevos, la mayoría de dos alturas, de fachadas con elementos embellecedores que los hacen resaltar; el ladrillo ya no predomina, y se preferirá el enfoscado de las fachadas; mayor pluralismo en los huecos de viviendas y puertas de entrada; el hierro pierde protagonismo en favor de la mampostería; algunos de ellos tenían incluso servicio de portería, lo cual era una notoria novedad en este barrio extremo de la urbe.
Por otra parte, recordamos que el grupo Miguel de Cervantes está situado en este enclave, y responde al plan de construcciones escolares de la dictadura de Primo de Rivera. Ocupó un espacio de huertas y praderas que la administración eligió para construir edificios públicos.
No obstante, esta zona fue la primera del Arca Real en desaparecer, consecuencia del desarrollismo de los años setenta, y en la actualidad solo quedan tres construcciones de viviendas muy singulares, pero que resultan descontextualizadas del lugar. Presentaremos esta parte en pinceladas, por falta de documentos gráficos.

Un edificio promovido desde «el centro» dentro del complejo Benavides

Salvado el solar, que con el tiempo se transformaría en el espacio peatonal en la calle Hermanitas de la Cruz, el observador se situaba en el complejo Benavides, y era recibido por una tapia con una estrecha puerta lateral de entrada, orientada a la solana, en escuadra con la fachada principal del recinto, que aparece enumerado con el número 21 de la calle Arca Real en el callejero de Valladolid.

Observa:

En este complejo distinguimos:

Una parte conventual. Destacó siempre su blanqueado. Entre la portezuela y el convento, mediaba un espacio. La parte baja de este convento estaba dedicada a centro escolar. En general, esta construcción manifestaba la austeridad de la comunidad. Posteriormente, el convento se completó con una capilla de cuya fachada solo aparecen algunos rasgos en la imagen: el campanario entre el convento y la construcción de nueva planta.


Las casas de Benavides, 17 y 19 de esa calle. Esta edificación la conforman dos casas iguales en altura pero independientes, con distinto portal. Contaban con planta baja y sótanos que, en su día, albergaron pequeñas empresas. Lo más novedoso para aquel tiempo fue el servicio de portería, a la vista de todos, pues siempre, y en todos los portales, estaban abiertos los edificios hasta no hace tantos años.

Los sótanos se abren al nivel de la acera por unos huecos desde donde reciben luz. El acceso a las viviendas desde la planta baja se realizaba a través de una pequeña escalinata después de recorrer un portal. Esta planificación tiene una doble función: aislar las viviendas y dotarlas de grandes huecos al exterior con balcones de dos hojas que se abren hasta el suelo en cada habitación, asegurando la luminosidad en la vivienda.
Las diferencias de diseños de los huecos según las alturas no restan unidad al bloque, sino que la aumentan.
Los balcones independientes ya descritos se complementan con el bastidor que enmarca el parapeto constituido por concatenaciones muy diversas, conjuntadas, al azar, originando formas cerradas más o menos caprichosas.
En el primer piso destaca una balconada corrida que en cada una de las casas agrupa los seis balcones independientes con un pequeño separador entre las dos del centro. La balconada sobresale de las viviendas, y el parapeto tiene parte de fábrica que culmina con una barandilla de hierro también corrida y de estructura muy simple: los largos paralelos son cortados en distintos puntos, lo que denota los cambios con relación a los edificios anteriores.

Con la altura, los balcones desaparecen, y son remplazados por ventanas en las viviendas de los últimos pisos del edificio. No obstante, el gusto por la diversidad hace que se diferencien por los remates, de modo que singularizan las ventanas en cada planta, y así se logra mayor vistosidad en el conjunto arquitectónico. Así, en el segundo piso, las ventanas exhiben en la parte de fábrica un fondo con relieve, y esta parte se resalta con un moldeado que subraya la estructura conseguida.
Para el piso superior se ha optado por custodiar cada hueco con paños de cemento, en sendos laterales de la ventana, de forma tal que las ventanas contiguas comparten un mismo paño. Se remata la fachada con un montante corrido por un dosel en el que aparecen en yuxtaposición formas triangulares y de cuadrado.

Conviene saber:

El complejo Benavides lo constituyen las dos últimas construcciones siguientes: la vivienda y la casa conventual, ambas construidas sobre unos terrenos propiedad del titular que dio nombre al conjunto y que en otros tiempos identificábamos como «Rambla Benavides», haciendo alusión a una zona de valles del Terciario, del mismo modo que también se designaba a otras vastas extensiones de estos lares: «Rambla de Villanueva», «Barrio Tranque», «Ramblas de San Vicente» o «Bajada de San Isidro» (en esta última se confirma la época fluvial con el declive desde la pradera a la calle Canterac), y graveras aún existentes en este lugar, son depósitos que antiguos cauces dejaron en el Terciario.
El apelativo correspondiente a cada nombre de rambla hace referencia a terratenientes de la época entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Así, «Benavides» era dueño de un importantísimo comercio de semillas en una de las calles más conocidas de Valladolid, la calle Miguel Iscar, y el establecimiento ocupaba hasta no hace mucho un bajo del edificio más emblemático de la calle: la «Casa Mantilla». Fuimos muchas generaciones quienes lo conocimos. La adquisición de terrenos en un barrio «cercano», relacionado con el ferrocarril, en continuo proceso de expansión, pudo ser motivo de consideración para invertir en las Delicias y construir en un futuro no lejano; no cabe duda de que el proyecto estuvo influido por el estilo que todavía predominaba en esa época, y que conocemos como la del «desarrollo de la industria harinera». Observemos que el empaque del edificio tiene elementos arquitectónicos de otros inmuebles del «centro» de Valladolid, a principios de los años cuarenta, frente al Grupo Escolar Cervantes (construcción de tiempos de Primo de Rivera), inaugurado 1931. Estos edificios darán origen a un escenario nuevo, completando el espacio último de Arca Real.

Conviene saber:

En la década de los cuarenta, surgió en la «Explanada de Benavides» este imponente edificio de dos casas, dedicadas a viviendas, que aparece entre otras dos edificaciones anteriores en el tiempo: el inmueble enumerado con el número 15, y el convento con el 21.
Por otra parte, sabemos que a finales del siglo XIX y comienzos del XX, hubo iniciativas tendentes a acaparar terrenos en Delicias, un barrio en expansión en aquellos entonces, y constituyó un medio de inversión para aquellos terratenientes: el «barrio Tranque», la «Rambla de Villanueva», la «Rambla de Benavides», son ejemplos de esta dedicación. Con este preámbulo, intentamos ubicar en el tiempo y en el espacio el «Grupo de Benavides» en una época nueva, con aire renovador, que contrasta con la monotonía de las viviendas cercanas a «La Solana» y que fueron configurando la calle. El escenario lo conforma esta edificación con otras inmediatas, sitas al extremo norte del Arca Real.
Por tanto, podemos decir que Benavides trajo a Delicias el estilo de arquitectura urbana del «Centro» (calle Miguel Iscar, Acera de Recoletos, Duque de la Victoria…) a principios del cuarto decenio del siglo XX.
Amén del empaque de la fachada, fue un hito socioeconómico la presencia en las viviendas del servicio de portería en cada uno de los portales que se mantuvo hasta mediados de los años sesenta, en que empezaron a aparecer los porteros automáticos.
Benavides era dueño de un importantísimo comercio de semillas en una de las calles más conocidas de Valladolid, la calle Miguel Iscar, y el establecimiento ocupaba hasta no hace mucho un bajo del edificio más emblemático de la calle: la «Casa Mantilla». Un empleado de este comercio fue uno de los primeros inquilinos en ocupar una de las viviendas de este nuevo edificio.
Ferroviarios; incipientes emprendedores de aquellos años de posguerra; gentes que se iniciaban en actividades de comercio en Valladolid; profesionales técnicos llegados de otras localidades, y que encontraban empleo en las empresas de la nueva época industrial; todos ellos fueron los primeros vecinos de este edificio. El barrio fue zona de expansión industrial, y fueron muchos los llegados a la llamada de estas oportunidades de empleo, lo cuales demandaban este tipo de vivienda que ya contaba unos servicios completos que aseguraban mayores comodidades.
Por otra parte, la dinámica socioeconómica y cultural no era patrimonio de estos nuevos vecinos; son meros exponentes de los profundos cambios que se producen en esta época: el paso de unos años de penuria a unas décadas de expanción. Todo esto fue posible por la cualificación de la ciudadanía, la austeridad con la que aprendieron a vivir, el interés por la cultura… A este respecto, esta zona representa el mejor exponente de esta dinámica.
A este respecto también se hizo notar la incidencia de los ferroviarios, pues supieron encarar sus problemas económicos: es verdad que se hizo uso de la fianza en la compra de artículos de primera necesidad, que se dieron contados casos de empeño de bienes, que también conocimos el deshaucio por impago de alquiler y la ínfima tasa de empleo de la mujer; sin embargo, podemos atestiguar que la referida formación y abnegación de estos empleados llevó a nuestros padres al pluriempleo e instalación en el propio domicilio de rincones de trabajo con incesante actividad productiva en respuesta a una creciente demanda (confección de juguetes, delineantes, torneros, reparación de aparatos de radio, asistencia técnica a mecánica menuda, carpintería…). Otros, procedentes de mandos intermedios, se dedicaban a preparar aprendices para la RENFE en materias como matemáticas, mecánica, delineación y otras.
Conocidísimo fue el matrimonio que en la edificación Benavides instaló una academia de baile para niñas en época donde la canción era una actividad muy extendida entre los particulares, y en este caso la escuela de danza fue considerada por la familia como medio de empleo del tiempo libre, promoción artística y como telón de fondo una preocupación por la oferta cultural del momento.
Este afán de superación hizo posible que la igualdad de oportunidades fuera tomando más entidad a través de la escolarización de los hijos: por esa época aumentó el número de bachilleres (riadas de chicos ocupaban las vías del barrio por la mañana, hacia el «centro», camino del instituto José Zorrilla, único establecimiento público por aquel entonces; por las tardes asistirían las adolescentes ofreciendo el mismo espectáculo tanto a la ida como a la vuelta, ya que estaba prohibida la coeducación, y la enseñanza mixta no se contemplaba, sino que se perseguía). También iban bachilleres a los colegios privados del «centro»; estas familias no eran siempre las más acomodadas, aunque sí las capaces de adecuar su nivel de aspiraciones a su economía familiar (papel que recayó principalmente en las mujeres). Otros ferroviarios, más acomodados, prefirieron los puestos escolares de la «Asociación de Ferroviarios», sita en pleno «Centro», cuyas instalaciones estaban en un emblemático edificio frente al Teatro Lope de Vega. Este fue sostenido por acciones puestas en circulación entre los propios empleados. La necesidad básica educativa se extendió a otras actividades socioculturales que, si bien en principio estaban limitadas a las familias de las familias de los ferroviarios, pronto se abrieron al resto de la ciudad de Valladolid. A este respecto, se constata que allí se dieron clases de inglés, de corte y confección, de dibujo y pintura, de mecanografía y taquigrafía, etc.
El ferrocarril, lo ferroviario, la tapia del tren… transversan la sociedad, y la promoción de gentes; a este respecto, es digno de mencionar en el ámbito sociocultural-económico la influencia de la institución «Colegio de Huérfanos de Ferroviarios», en este caso costeada voluntariamente por los mismos ferroviarios para los hijos de aquellos compañeros desaparecidos. En estos internados se les formaba con posibilidad de estudios posteriores en ámbitos diferentes.
Toda esta eclosión de gran incidencia en nuestro barrio queremos reflejarla en el Edificio Benavides y en sus vecinas construcciones de los años 30 y 40, de las que solo quedan tres en pie. Como dijimos al principio de la entrada, fueron los más jóvenes y los primeros en desaparecer por la especulación posterior.
También el abandono del lugar hacia las primeras empresas que se instalaron en Valladolid con ofertas de trabajo mejor remuneradas para aquellos que tenían una mayor preparación laboral, gracias a una formación en la que no faltó la cultura personal y social de una época, la dictadura, no exenta de dificultades para la mayoría, coincidiendo con los Polos de desarrollo.