La línea primitiva del Arca Real

Imagen: Hermanas Bravo

La fábrica de ladrillo refractario colindaba con estos dos edificios, todos ellos coetáneos, formando así una unidad arquitectónica que marcaba una época y que se enmarcaba dentro de un estilo compartido. Por todo ello, integraban un escenario propio y único en Arca Real hasta su demolición.

Ambos desaparecieron a principios del siglo XXI, cuando ya la fábrica hacía tiempo que había dejado su actividad, aunque el edificio de esta, como hemos visto previamente, se mantiene.

Fue esta una zona noble de Arca Real, y probablemente la más antigua del lugar. Ello explica que en ambas casas encontremos similitudes y materiales comunes: el ladrillo macizo y los caprichos logrados en múltiples combinaciones, principalmente en los huecos de puertas, balcones y ventanas; la preferencia por un forjado que perdía exuberancia en las formas, pero que supo conservar el empaque en ventanas, anunciando un estilo nuevo (obsérvese la simplicidad del tubo en la ventana, que anuncia la pérdida del forjado muy elaborado); la preocupación por el protagonismo de la madera y su recubrimiento de pintura,siempre del mismo color.

Por otro lado, también encontramos diferencias: el tarimado de los suelos y escaleras de la primera de ellas, en contraste con la vecina, que prefirió el mosaico en el ensolado y los peldaños de fábrica y la baranda de hierro en su escalinata. Todo ello constituyen cambios en pos de la búsqueda de la sencillez de formas, y marca una época de transición en el empleo de materiales: la madera va cediendo al mosaico, el forjado se resuelve en líneas más suaves que se evidencian en el parapeto de los balcones. No perdió fuerza la búsqueda de formas diversas, aladrilladas, de las fachadas.

Estos vecinos de siempre, quizá los más antiguos del Arca Real, son un claro exponente de la transición que encontramos entre ellas y las restantes, tanto en sentido «a la tapia» como en el de «La Solana», ambas de épocas más recientes.

Imagen: Hermanas Bravo

Singularidades de los edificios:


A continuación intentamos abordar las singularidades de cada uno de estos inmuebles. En este que vemos, su fachada verifica las características de la construcción expuestas en el punto anterior. Era medianero con la fábrica. En él destacaba la balconada del piso superior, en la que se alternan balcones con ventanas que se alargan hasta el pie. En todos los casos, aparece una verja, cuyo estilo inicia la preferencia por la austeridad: los barrotes se limitan a sinusoides en posición simétrica, y un aro central que encierra a tres de ellos, destacando tímidamente en la estructura metálica.

La planta baja pierde fuerza y gana austeridad: predomina la madera, principalmente en las puertas, bien distintas: en la del portal destaca el color azul (siempre la conocimos así, con la parte reservada para el llamador sin aldaba), cuyos paños le daban la nota de identidad, y los clavos la de fortaleza. El travesaño acristalado aseguraba la luminosidad necesaria al portal, siempre abierto, permitiendo al transeúnte la observación del piso todo entarimado, así como las escaleras, también de madera (materiales y formas poco frecuentes en esta zona para estos menesteres) de modo que era identitario el taconeo de las personas que los transitaban. La barandilla del mismo material completaba este espacio tan singular.

En la puerta contigua predominaba la trampa (antigua protección de madera que se utilizaba en la mayoría de los establecimientos para cubrir la cristalera y garantizar así la seguridad), tanto por su color claro como por su tirador. Este hueco fue al inicio el acceso a una barbería que regentaba el dueño del edificio. El local tenía puerta lateral al portal. Por todo ello, es oportuno considerar también este inmueble como casa-taller del peluquero, muy frecuentada por una parroquia fiel.

El nieto del peluquero lo transformó en una imprenta, y los útiles del abuelo fueron reemplazados por cajetines de caracteres; los sillones del barbero (todo un lujo), por maquinaria de impresión; el papel sustituyó a las colonias, jabones y lociones que todos recordamos dispuestos en vasares que acompañaban a espléndidos espejos en los que el cliente contemplaba el acabado del afeitado y el corte de cabello. La clientela del nieto recibía con ilusión y sorpresa el trabajo que tan primorosamente le era presentado en formatos diversos: tarjetas de visita, invitaciones de boda, talonarios de facturas, sobres con membretes… un mundo, el papel impreso, que nos resultaba fascinante.

Tras la barbería y antes de la imprenta, el hijo del primero y tío del segundo puso su gabinete de practicante como diplomado Ayudante Técnico Sanitario en una de las viviendas del piso superior. Para ello, adecuó la estancia a las necesidades de su actividad sanitaria, que en aquella época se llevaba a cabo mediante el método de la «iguala»: consistía en un compromiso entre el profesional y el paciente en caso de este tuviese necesidad de los servicios del primero, previo pago mensual. Fui testigo en los años de mi entrada a la adolescencia de que en el portal, siempre abierto, esperaba la bicicleta, su medio de transporte, siempre lista para cualquier emergencia. Al taconeo de recién llegado le seguía el crujido de la madera durante nuestro ascenso, y llegados al piso superior accedíamos al gabinete, donde el paciente podía contemplar en una vitrina los utensilios empleados para la inyección. Nunca faltó el buen humor durante la intervención, especialmente con los niños atendidos, hijos muchos de ellos de sus amigos de infancia y juventud, que en su día habían sido clientes de su padre en la peluquería. Amistades que se habían forjado en el tiempo, compartiendo la vida del barrio. Su cercanía, acogida y vecindad las ponía al servicio del conciudadano desde la especialidad para la que se había preparado y dedicado tanto tiempo.

Es todo un ejemplo de cambio socioprofesional de familias de profesiones liberales que siempre tuvieron un nivel alto de aspiraciones.

Parte de la administración la confió a sus más allegados, y ese trabajo subrayó el carácter casa-taller de muchos profesionales. En el domicilio de los «igualados» (clientes) se presentaban de manera puntual sus hijas para cobrar el recibo (y también su sobrino, que en el futuro llegó a regentar la imprenta). La sonrisa, la amabilidad, la cortesía, la corrección, fueron su tarjeta de presentación para satisfacer el servicio que en ese momento estaba su padre realizando con los enfermos.

Imagen: Hermanas Bravo

En la foto, a pesar del derribo, se pueden observar diferencias con la edificación anterior: los remates superiores de las ventanas, la colocación del ladrillo, los balcones, la situación y elementos de la puerta de entrada, amén de la diferencia en los portales respectivos. El presente se caracterizaba por la presencia del mosaico con el dibujo de una estructura muy original; el banzo a la entrada y los dos peldaños que permitían el acceso a la escalera con barandilla de hierro y escalones de gres, pero siempre dentro de un estilo compartido con su vecina.

Variedad, y no uniformidad. Fueron testigos vivos durante muchos años de un mundo que responde con singularidad a la época histórica: el surgimiento de un barrio alrededor del ferrocarril y sus gentes.